El vendedor de sueños
El coche se detuvo junto a la acera, frente a un limpiabotas, que ofrecía sus servicios a la entrada del mercadillo.
De la parte trasera descendió un hombre bien vestido, que casi se cayó al tropezar con el limpiabotas.
—¡Tú, inútil! ¡Aparta de ahí! He estado a punto de caerme por tu culpa. ¿No sabes quién soy yo o qué? —Y volviéndose hacia el hombre que le había abierto la puerta, le dijo—. ¡A ti te pago para que esto no pase! Sabes que éstas cosas me fastidian.
Acto seguido, dio una patada a la caja del limpiabotas que estaba a sus pies, desparramando por la acera todo su contenido.
El aroma del aire, hasta entonces impregnado de hierbas frescas y frutas, pareció disolverse con la tensión del momento. Se dejó oír un fuerte murmullo de rabia contenida.
El hombre trajeado pareció pensárselo y, dándose media vuelta, se dirigió al primer tenderete que había unos metros más allá de donde había sucedido todo.
La persona que había detrás del pequeño mostrador, protegido por una sombrilla, miró con desagrado lo sucedido. Conocía bien al individuo que se acercaba con su guardaespaldas. Era Lorenzo Marcos, más conocido como «El Cuchilla».
Era un… Bueno, era lo peor de lo peor. Aquella parte de la ciudad era su feudo y no había delito del que él no sacara provecho. Drogas, armas, mujeres… Incluso en círculos cerrados se hablaba de tráfico de órganos.
—Paco, vengo a por lo mío. Espero que esta vez tengas algo mejor que lo último que me vendiste. Era pura basura —dijo «El Cuchilla» al tendero.
—Don Lorenzo, lamento oír eso. Yo siempre intento servirle lo mejor. No obstante, a veces…
—Ahorrarme las lágrimas, Paco. No tengo paciencia para tus excusas. ¿Qué tienes esta vez?
—Tengo nuevos sueños que pueden ser de su interés: un corredor de Fórmula Uno, un cura excomulgado, un camarero del Ritz.
—Eso es basura. Quiero algo más… Digamos, excitante. Y no me hagas perder el tiempo. Llevo comprándote hace mucho, como para que no sepas a estas alturas mis gustos.
Paco sabía muy bien lo que ese depravado quería: sueños de mujeres violentadas, asesinos, drogadictos en trance y algunos de otro tipo que le revolvían las tripas solo de pensarlo.
Paco o Francisco Alvarado, psiquiatra inhabilitado, había descubierto cómo extraer y guardar los sueños de las personas. Lo que al principio le pareció un descubrimiento prometedor para su trabajo, pronto se convirtió en su personal pesadilla.
Tras ser denunciado por varios pacientes por el empleo de fármacos experimentales, no entró en prisión, pero perdió la licencia.
Lo peor llegó después, cuando supo que estaba grabado en vídeo cometiendo un delito. Se lo habían enseñado solo una vez, pero vio claramente que era él, aunque no lo recordaba, quizás afectado por alguno de los fármacos con los que él mismo experimentaba. Eso bastó para que «El Cuchilla» lo tuviera bien agarrado.
Sus exigencias de dinero se hicieron imposibles de saldar y Paco no tuvo otro remedio que pagarle con los sueños que tenía guardados de cuando ejercía de psiquiatra.
Desde que fue inhabilitado, se buscó la vida vendiendo plantas, hierbas, cremas y jabones en su pequeño puesto del mercadillo. Y «para unos pocos clientes», vendía sueños.
Ese día no estaba de buen humor. Ver lo que le había pasado con el limpiabotas, buen amigo suyo, le recordó las vejaciones y malos tratos que llevaba tiempo aguantando de ese indeseable.
Mientras revolvía en una caja debajo del mostrador, los gritos apagados de sus pacientes al extraerle los recuerdos inundaron su mente. Con cuidado depositó en la mano enguantada que le esperaba un pequeño frasco.
—Seguro que le gustará. Es una sorpresa.
—Espero que así sea. De lo contrario, éste —dijo señalando al guardaespaldas— te lo recordará.
Dos días más tarde, Paco, se enteró de que «El Cuchilla» había muerto de un fallo cardíaco. Una amplia sonrisa se dibujó en su cara al conocer la noticia. Al parecer, según se rumoreaba por el barrio, ocurrió la misma noche que le entregó el frasco.
En él, había mezclado los sueños más angustiosos y perturbadores de sus antiguos pacientes. Tuvo dudas al elaborarlo, pero al final…
Ese día, al preparar la mezcla, notó algo oscuro en el interior del frasco; algo vivo parecía moverse dentro.