Ficción. Un mes en la vida de la Duquesa de la Victoria
Este mes de septiembre estaba resultando más cálido de lo habitual. Joaquín había decidido que, de momento, seguiríamos unos días más en La Fombera. Así que organicé todo para que, a finales de mes, estuviera preparada la casa de Logroño y se cerrara esta.
Había sido un verano maravilloso, a Joaquín lo había visto disfrutar como hacía tiempo. Había decidido plantar unos castaños de indias a lo largo del camino de entrada, y en ello había empleado parte del verano. También le había dado por cultivar hortalizas con la ayuda de Casimiro, que era realmente quien llevaba la finca, y unos hortelanos de la ribera. A su huerto le dedicaba, por la mañana con amoroso celo, unas horas todos los días.
Normalmente para las ocho se levantaba y después de pasear un rato con Mateo, el perro que teníamos, volvía a desayunar. Para cuando volvía yo ya me había levantado y preparado todo en la calle, bajo una pérgola que estaba repleta de glicinias y madreselvas. Era un verdadero placer estar allí a su sombra, rodeados del olor embriagador que desprendían. Esto me suponía discutir con Celestina mi aya, que ponía el grito en el cielo. Siempre decía que para eso estaba ella, que yo no debía hacer nada más que ordenarlo.
Después de comer, dormía una pequeña siesta al aire libre. Mas tarde leía un rato y antes de cenar, se metía en su despacho a poner al día la correspondencia.
Cuando esa mañana a principios de septiembre de 1871, el cartero nos trajo esa carta, intuí que podía romper la felicidad que en los últimos años habíamos disfrutado juntos. Tenía miedo de que le pidieran abandonar su merecido descanso, como ya pasó el año anterior.
Ese día no hubo siesta y mientras tomábamos café me comentó la noticia.
—Me han escrito de la Casa de su Majestad el Rey Amadeo I. Me anuncian que El Rey va a venir a verme. No pone nada más. Solo que será para finales de este mes. Ya están avisadas las autoridades de Logroño.
Miré a mi marido. Aún puedo apreciar en él la gallardía del hombre del que me había enamorado, a pesar de que ya había cumplido los setenta y ocho. Por aquel entonces era solo el Brigadier Baldomero Espartero. Los años no pasan en vano, máxime teniendo en cuenta la vida que él había llevado. No iba a permitir que lo apartasen de mi lado.
Me considero una persona de inteligencia aguda, a lo largo de mi vida con el General, había sido su confidente y él siempre me pedía y atendía mis consejos. Realmente con el tiempo, resulte ser una persona muy versada en los entresijos de la política española.
—Mira Joaquín, lo primero que vamos hacer es volver a Logroño y preparar bien la visita del Rey. Puedo decirte que no es probable, que venga a proponerte nada. Yo más bien creo que, quiere ganarse tu aprobación ó cuando menos tu reconocimiento. Teniendo en cuenta los acontecimientos ocurridos desde el asesinato de Prim, la falta de amigos y conocidos en este país, no es de extrañar que te visite.
—No me preocupa nada Jacinta, lo que El Rey pueda decirme o pedirme. He dado a mi patria los mejores años de mi vida y de la tuya. Me alisté para luchar contra los ejércitos de Napoleón en 1808. Desde entonces he estado defendiendo a España con las armas 32 años y luego me pasé a la política. He sido regente de España, ministro de la Guerra y presidente del Consejo de ministros. He estado exiliado en Inglaterra varios años. Este país no puede pedirme más. Solo quiero vivir junto a ti, lo que Dios tenga dispuesto viendo crecer los tomates y las lechugas que he plantado. Quiero disfrutar de los paseos que damos juntos, por la ribera del río. Quiero disfrutar del placer de levantarme cada mañana y verte a mi lado. Quiero disfrutar de este Logroño que tan bien me acogió, y que tantas muestras de cariño me da a diario. Creo que al menos puedo pedir eso.
—Mi General no te pongas tonto, no va con tu carácter y sé que los años no te han cambiado tanto. Pero si que me alegro de que seas feliz, lejos de esa vida que tanto pedía de ti y que nos obligaba a separarnos.
—Jacinta, ahora echando la vista atrás con la perspectiva que dan los años, debo decirte que me arrepiento de algunas de las cosas que hice en el pasado. Lo del bombardeo de Barcelona no me lo quito de la cabeza, si hubiera actuado de otra manera, sé que hubiera podido solucionarse sin tanto daño. En aquellos momentos solo miraba por España. Se que me lo advertiste, me dijiste que fuera menos severo y más indulgente. No te hice caso y siempre lo recuerdo como un triste error, que me acompañará hasta mi muerte.
—Vamos a dejarlo ahí Joaquín, no te hace bien y no solucionas nada recordándolo constantemente. Ahora pensemos en lo que importa. Volvamos a casa y preparemos todo.
Esa noche después de cenar, mi marido se retiró a su despacho y me dijo que no lo esperara para ir a dormir. Quería estar un rato solo, pensando.
A la mañana siguiente, como todos los días cuando volvía de pasear a nuestro perro, desayunamos juntos. Algo tenía en mente, solo era cuestión de esperar a que lo dijera. Tomó un sorbo de café.
—He estado dándole vueltas a lo que me dijiste ayer sobre la soledad del Rey. He pensado que habría que intentar echarle una mano. No personalmente, no se me ocurriría y además no lo ha pedido. Pero si indirectamente, ver de hablar con ciertas personas para que le ayuden y no se lo pongan más difícil. Necesitamos que este país funcione, necesitamos estabilidad. Llevamos años dando tumbos, con una consecución de gobiernos que no han hecho nada. Conozco a nuestros políticos y solo piensan en sus intereses personales y los de sus partidos. No todos, pero más de los deseables. Lo que le han hecho a Prim, si este no va por donde quieren, se lo harán también a él.
—Bien Joaquín, pero después de este pensamiento tuyo, ¿que tienes pensado hacer?
—Mira …
Amadeo I de Saboya Rey de España, llegó a Logroño en tren. Lo esperamos junto con las autoridades. Mi marido, vestido de gala como Capitán General, estaba imponente. El Rey al pisar el andén fue hacia él y se dieron un abrazo. Luego el paseo, en carruaje descubierto, por Logroño. Muro de las Delicias, el Carmen, Mercado y la Plazuela de San Agustín. El Rey nos honró pernoctando en nuestra casa.
Al día siguiente por la tarde partía para Madrid en tren, siguiendo las indicaciones que me dio en La Fombera mi marido, cuando nos enteramos que iba a venir El Rey. Me fui mezclada entre las mujeres de su comitiva. Joaquín me había encargado algo que él no podía hacer. Primero porque no estaba para ese viaje y además nadie debía de saber que había ido a Madrid.
Una vez en la estación de Atocha, cuando se hubo alejado la comitiva Real, me bajé del tren. Delante de la puerta de salida, había un carruaje cerrado esperándome. De él se bajó José Olózaga, a quien conocía porque había visitado a mi marido en más de una ocasión.
—Duquesa —dijo Olózaga, a la vez que hacía una pequeña inclinación de cabeza y la ayudaba a subir.— Siguiendo indicaciones de vuestro esposo, he organizado una entrevista con Mateo Sagasta. Me ha costado convencerle un poco, pero al final hemos quedado, en que mañana os veáis, en un pequeño palacete que mi hermano Salustiano tiene a las afueras.
—Gracias José, ya sé que esto os ha supuesto una molestia y que mi marido os ha dado las gracias. Yo os las reitero. Como diría el General, todo es por España.
Al día siguiente a las once de la mañana un carruaje cerrado, se detenía al pie de la escalinata de acceso al palacete. Estaba en el centro de una enorme arboleda que lo hacía invisible a cualquier mirada curiosa. De él descendió Práxedes Mateo Sagasta, quien subiendo las escaleras hizo una inclinación de cabeza. Luego besó mi mano.
—Duquesa —dijo Praxedes— es un verdadero placer volver a veros. Espero que vuestro esposo esté bien.
—Gracias Práxedes, si, está bien. Pasemos al interior y por favor que ya nos conocemos, tuteémonos será más fácil. Entiendo que te habrá sorprendido esta reunión. Como sabes el otro día estuvo El Rey en Logroño. Nos dio la impresión de que se siente un poco perdido y solo. Hay que tener en cuenta las circunstancias de su nombramiento, su venida urgente a una tierra extraña, la muerte de Prim… Necesitaba un baño de multitudes y se lo brindó nuestra tierra. Además, el cordial recibimiento que el General le dispensó, fue por añadidura el estímulo que necesitaba. Eso nos lleva al porqué de mi venida a Madrid. Mi marido opina que la política española está dando muchos tumbos últimamente. Necesitamos un poco de estabilidad y menos guerras fratricidas entre los partidos. España merece que las reformas que se ponen en marcha, cuajen. No se puede reconstruir todo en dos días. Se necesita tiempo y Amadeo I nos lo puede dar, si se le ayuda. Por eso estoy aquí.
—Estoy de acuerdo en lo que dices Jacinta, ¿qué es lo que realmente quiere Espartero de mí? como sabes no somos de la misma opinión política —dijo Práxedes
—Si, es verdad, pero en este caso él propone algo para el bien de todos. Me manda para que te pida, que, en esta apuesta por Amadeo, tu y los tuyos la apoyéis sin reservas. Teme que, de no recibir el respaldo suficiente, todo se venga abajo y termine como Prim. Tenemos mucho exaltado.
—No me imaginaba al General preocupado la política, lo hacía más metido en sus cosas que en las de España.
—Eso no es justo Práxedes. Puede que no estés de acuerdo en su forma de ver las cosas, pero deberás de reconocer que, a su manera, todo lo hace por su país. Lo tiene siempre presente. De todas formas, mi misión era trasladarte sus inquietudes y pedirte ese favor. Por supuesto, todo este secretismo es para evitar habladurías. En el caso de que no puedas o no te parezca bien, no pasa nada. En su nombre, te doy igualmente las gracias por haber accedido a verme.
—Jacinta, dile al General que estamos por una vez de acuerdo en lo que hay que hacer. Por mi parte no escatimaré esfuerzos e intentaré que otros lo apoyen.
Dos días más tarde, mientras comía con Joaquín y le contaba lo ocurrido, vi un brillo especial en sus ojos. Eso me indicaba que estaba contento y feliz.
—Jacinta, creo que ahora ya si puedo decir que hemos terminado, este es nuestro último servicio a este nuestro país. A partir de ahora seremos meros espectadores de lo que suceda.
—General, ni, aunque me lo prometas por lo más sagrado, te puedo creer. En tu mente siempre primero está España y luego… Quizás, yo.
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 7 de abril de 2022