Casas típicas de un poblado minero del siglo XIX

«La caliente Molly»

Parte I

«La caliente Molly» no era el burdel más elegante de Mc.Carthy. Sus putas no eran las más selectas del lugar, aunque tampoco las peores. Pero eso a nadie le importaba aquel invierno de 1923.

En la calle un metro de nieve y dieciocho grados bajo cero. Los mineros de Kennicott, a pesar de que la distancia desde donde vivían hasta Mc.Carthy era de cinco millas, si querían echar un polvo, beber alcohol o jugar a las cartas, tenían por fuerza que ir hasta allí. Donde estaba la mina no había nada de eso.

Parecía que las normas las hubiera instaurado un pastor puritano. El director de la Kennicott Cu. Mines lo tuvo claro desde el principio, si no hay mujeres, alcohol y juego, el rendimiento de los trabajadores mejoraba.

Como siempre, alguien vio que había negocio y así nació Mc. Carthy. Allí se prestaban los servicios esenciales que todo minero de la época necesitaba. Todo estaba abierto día y noche. Trabajaban los siete días de la semana y cuando libraban algunas horas las dedicaban a gastar, en una de las tres cosas mencionadas, lo que ganaban con su sudor.

Shuttle Richarhigh, Shut para la gente, era un tipo no muy alto, piernas tirando a cortas, prominente barriga y robustos brazos. Había llegado hasta Kennicott para trabajar en la mina, pero después de unas semanas, se dio cuenta de que eso no era lo suyo.

Cuando Molly se enteró de que había sido policía en Nueva York, le ofreció llevar la vigilancia del local. El contrato incluía cama, comida, bebida y uso moderado del género. Shut, que en cierto sentido no era muy listo y su cara le ayudaba a parecerlo, supo que era buena oferta y no se lo pensó. Vago y amigo de dejar para otra ocasión cualquier esfuerzo, vio que ese era el trabajo adecuado para él.

A los dos meses de llegar, nuestro buen amigo, Shut ya estaba plenamente integrado en la vida del burdel.

No era lo que se dice un gran bebedor, aunque de vez en cuando se emborrachaba. Lo suyo eran las mujeres, según él decía, ninguna se le resistía. Cierto es que tenía éxito con ellas. De una manera u otra se había ventilado a todas las del local y, al parecer, de los otros locales a la mayoría.

Tenía de ayudante a un chaval medio tonto. Así que cuando quería dormir, o estaba dándose un revolcón con alguna de las chicas, él le sustituía.

Al principio, hasta que estableció con claridad que iba a consentir o no en el burdel, siguiendo las indicaciones de Molly, tuvo que trabajar algo. Luego la maquinaria rodó sola. Para llegar a eso, pegó alguna paliza, rompió un par de brazos y enseñó el revolver a unos cuantos. La desaparición de dos mineros, que se habían pasado un poco con las chicas, terminó de darle fama como tipo duro. Eso hizo que su trabajo fuera más llevadero, más en la línea de su máxima, «trabajar poco y si es posible nada».

Con el paso de los meses, comenzó a encargarse de los suministros de licor para el local. Vio en ello una buena oportunidad de ganarse un dinero extra. Habían tenido problemas con el proveedor habitual y eso era un desastre de gran magnitud para el negocio. Así que cuando él apareció con dos carretas cargadas de licor, Molly no se lo pensó.

Nadie echó en falta al comerciante que esos días tenía que haber llegado a Mc.Karthy. En el puente de Cirly, donde las corrientes son muy fuertes, unos cuerpos desaparecen fácilmente sin dejar huella. Hay que decir que cuando Shut fue a su encuentro, la idea era que le vendiera el licor, pero como se puso tonto y encima se rió de él, «pues el Cirly estaba cerca».