La navaja
Notó que Manuel la cogía con suavidad, conocía el tacto de esas manos curtidas por las duras tareas que imponía el campo y el trabajo en la herrería.
Era hacia 1966, como todas las mañanas Manuel se levantaba a las seis. Por la noche la Mari -su mujer- le había dejado preparado como siempre su plato con pastas, una copita pequeña con una raya en medio como marcando el nivel y su botella de cazalla. Siempre tomaba dos de cada y luego de lavarse, salía al campo.
Una cesta de mimbre donde se llevaba un trozo de panceta y otro de pan duro del día anterior, un huevo cocido, un trozo de caña con un tapón de corcho para llevar la sal y su bota de cuartillo llena de vino. Duro esfuerzo suponía sacar el sustento de la finca, no le regalaban nada, todo era sudor y trabajo.
A medido día cuando del fondo llegaba el toque del Ángelus, Manuel paraba la faena, se lavaba en la acequia cercana y se sentaba en la mesa debajo de la enorme higuera que había en medio la huerta.
Era mi hora, sacaba todo lo de la cesta y es cuando yo notaba que metía la mano en el bolsillo del pantalón, con la misma suavidad de siempre me abría, procedía a cortar un tomate, y unos trozos de panceta. Comió con la tranquilidad que da mirar a tu alrededor y ver que todo está como tu quieres que esté, cuando termino me limpió con cuidado, plegó mi hoja y me devolvió al bolsillo.
Recuerdo cuando me hicieron en Albacete hacia 1928 no sabía muy bien donde iban a terminar mis días ni con quien. Mi creador me hizo a mano con todo el cariño del buen artesano. Fui dando tumbos de lugar en lugar hasta que unos años después de la guerra civil en un pueblo de Navarra, un buhonero anunciando su mercancía me enseñó «vean señores que preciosa navaja vengo a ofrecerles» Manuel me vio, le gusté y hasta hoy.
Esta entada se vuelve a subir por cambio en el programa web. Su primera edición fue: 18 de enero de 2021