Mi venganza
Reconozco que cuando mi madre me llamó desde el comedor, ya sabía por dónde venían los tiros. Esa voz, ese tono que me decía sin decir: ¡ven inmediatamente que te vas a enterar! Era el preludio de la zapatilla voladora y el inevitable: ¡a la cama sin cenar!
Al entrar en el salón, mis sospechas se confirmaron. Sentada frente a ella, estaba Puri, la madre de Jacinta. Tenía una mirada de esas que te taladran y te van desmenuzando poco a poco, hasta que te conviertes en algo insignificante.
—¿Qué es eso que me está contado, Puri, sobre el estado en que ha llegado su hija a casa después de comer unas gominolas que tú le has dado?
Apenas dos horas antes había vuelto de jugar con Jacinta, mi amiga del colegio. Pero esa tarde no fue como las demás. Mientras estábamos en el parque, puse en marcha mi plan.
Después de merendar, le ofrecí unas gominolas que había preparado cuidadosamente. Desprendían un agradable olor y eran de un color rojo intenso. Le dejé comer varias y, en silencio, esperé a que hicieran su efecto. ¡Cuánto había imaginado ese momento! Como dijo no sé quién, «… en frío sabe mejor».
Cuando iba a salir a jugar esa tarde, con sumo cuidado, fui al cuarto de baño y del lugar donde mi madre guardaba las medicinas, cogí una caja en la que ponía «Laxante Dr. Andreu». Recordaba que, cuando estaba estreñida, me daban una de esas gominolas mágicas y se me arreglaba el problema.
Me había costado mucho llegar a idear ese plan, pero sabía que iba a acabar con todo eso de: «mira qué zapatos me han comprado», «mira mi nuevo vestido», «mira qué boli de muchos colores», «mira qué pulsera me ha traído mi tío», «mira, mira, mira…» No la aguantaba más.
Siempre había tenido que soportar esas cosas. Al principio no me di cuenta, pero poco a poco descubrí que esa actitud de abuso constante me hacía sentir pequeña, me hacía sufrir. Tenía la sensación de estar menospreciada todo el tiempo y lo peor de todo es que llegue al convencimiento de que era intencionado. ¡No lo iba a tolerar más!
Yo sabía que sus padres eran ricos, tenían la tienda de ultramarinos y los coches de línea. Mi padre, en cambio, era labrador y trabajaba muy duro la tierra; nunca había dinero para lujos. Yo también quería tener cosas bonitas y muchas veces se las pedía a mi madre, pero la respuesta ya la sabía…