La plaza es un símbolo de paz interior, de otro ritmo de vida que siempre está disponible para quien esté dispuesto a buscarlo y aceptarlo.

Un lugar donde el tiempo se detiene

Como cada mañana, Jacinto subió al metro rumbo a la oficina. Últimamente, solía bajarse una o dos estaciones antes de su destino para terminar el recorrido caminando. Trataba de aprovechar esos momentos para relajarse y tomar aire, antes de sumergirse en el ajetreo de su jornada laboral.

Trabajaba en una asesoría financiera y últimamente se sentía muy presionado por sus jefes para que aumentara la captación de clientes.

Una de esas mañanas, mientras iba en el metro, rodeado de caras cansadas, vio que se detenían en una estación desconocida. No recordaba haberla visto nunca y estaba convencido de que ni siquiera aparecía en el mapa. Un cartel viejo y descolorido rezaba: «Plaza Redonda, tómese su tiempo».

Movido por la curiosidad, decidió bajarse. Al salir a la calle, se sorprendió de lo limpio que estaba todo y la calma con la que paseaba la poca gente que había, como si no tuviera prisa. Antes de llegar al centro de la plaza, se cruzó con varias personas que le saludaron amablemente.

En una esquina había una cafetería con muchas mesas libres y a su lado un quiosco de periódicos. Se paró a mirarlo y en sus estantes pudo ver, con asombro, diarios y revistas con fechas imposibles: julio de 1996, marzo de 2021…

Jacinto empezó a bajar en esa estación con frecuencia. Al principio una vez a la semana, luego comenzó a hacerlo más seguido. Allí se sentía diferente. El tiempo parecía transcurrir de otro modo, podía leer, escribir, pensar y todo ello sin que transcurriera ni una hora. Era como estar en un limbo agradable, donde no se le exigía nada.

Un día intentó llevar a alguien, a una compañera de trabajo; le había hablado del lugar.
¿Qué estación es? —le preguntó ella.
—Plaza Redonda, justo entre…
Pero no recordaba entre qué estaciones estaba.
Cuando intentó volver solo, no la encontró.

Pasaron semanas, meses. A Jacinto, la ciudad empezó a parecerle que se había acelerado: ruido, plazos, presión laboral… Todo le obligaba a moverse con rapidez, pero había conocido una forma de vivir diferente y ya no le gustaba esta.

Una mañana, sin buscarlo, volvió a verla. El cartel borroso… Se bajó sin pensarlo.
Desde entonces, no ha vuelto al trabajo. Se queda en la plaza, entre desconocidos que ya le saludan como si lo conocieran. Nadie pregunta nada.

Alguna vez ve gente que se baja, mira y se va.
Otros dudan, miran el letrero y no se llegan a bajar.
Quizá no todos estén listos para quedarse.

La plaza redonda no cierra nunca… solo espera.

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