Recuerdos

Cuartero Buendía llevaba una buena vida. Tenía todo lo que el dinero puede comprar. Cuando Matías Castillo le vio manejarse entre pistolas, rifles y goma dos, no se lo pensó, le nombró su ejecutor. Los resultados de los primeros trabajos, le confirmaron que había elegido al hombre correcto.

Cuartero no tenía mujer ni hijos, por un ajuste de cuentas entre carteles de la droga en Cali, murieron al estar en el lugar equivocado. La venganza, a veces, no es buena consejera. Él era maestro y lo dejó todo para ofrecerse al jefe del cartel rival. Su paso por unidades especiales del ejército, le habían hecho tener los conocimientos sobre armas y explosivos.

Ochenta y tres muertes y dos años más tarde, Castillo ya era el dueño de la droga en Cali. Ese día hizo un mandado a Cuartero. Liquidar a su socio en los negocios, Eliserio Barros.

Rápidamente lo preparó todo. A las 20 horas estaba esperando a Eliserio Barros. Había colocado una bomba en un contenedor de basura al lado de la puerta de la academia de baile. Allí, todos los jueves iba a recoger a su mujer.

Muchas veces le había hecho de chofer y sabía sus rutinas. Sabía que siempre paraba junto a ese contenedor.

El dedo lo tenía en el pulsador; con apretar el botón el vehículo desaparecería de este mundo. Tres kilos de goma dos servían para darle esa seguridad.

El coche de Eliserio se acercó, colocándose justo al lado del contenedor, como hacía siempre. Pero hoy llegaba tarde. En ese preciso momento, de la academia de baile, salía su mujer con sus dos hijos y se subieron al coche. Eso no entraba en sus planes.

Cuartero Buendía se quedó pensando. No apretó el botón. Volvió donde su jefe, sabía que no se lo iba a perdonar. Hoy debía de haber muerto su socio.

Cuando este le preguntó si ya estaba el trabajo hecho, Cuartero le descerrajó un tiro en la cabeza y desapareció.