La noria

Al sur de Argel, cerca del gran desierto del Sáhara, está el valle de M´Zab. En uno de sus pequeños palmerales vive Abman Thoury con su familia. Son bereberes y se asentaron allí, tras dejar la vida nómada, hace muchos años.

Su abuelo es alfarero y el nieto pequeño, Abman, parece que ha heredado de él la habilidad para trabajar el barro.
A los seis años ya dominaba el manejo del torno. De sus manos salían pequeñas piezas que luego eran vendidas por su hermano, junto con las que elaboraba su abuelo, en los oasis del valle.

Un día, al llegar a la escuela, el maestro les dijo a los niños que la noria que extraía agua, de la que se abastecían todos, se había roto. Era urgente repararla y, debido a ello, no habría clase. Todos los mayores, hombres y mujeres, iban a reunirse junto a la noria para ver cómo solucionar el problema.

Abman, que era muy curioso, en vez de ir a su casa decidió acercarse allí.
—Los cangilones de la noria se han roto, —decía el alcalde—. Es un desastre, construir unos nuevos nos llevará mucho tiempo y dinero. La madera hay que traerla de lejos y, como sabéis, es cara. Aunque el mayor problema es que no podemos extraer manualmente la cantidad de agua que necesitamos, para nuestro consumo y sobre todo para regar el palmeral.

La noria, movida por un borrico, sí era capaz de subir tal cantidad de agua; a mano esa labor era imposible.
Todos se miraban y parecía que nadie sabía qué hacer, no veían la solución.

—¡Yo sé cómo arreglarla!—dijo Abman.
Todos se volvieron hacia él. Cuando vieron quién era, no se lo podían creer. ¿Cómo un niño iba a saber qué hacer?

—Sé cómo arreglarla, no hay que traer nada de fuera, solo necesitamos la ayuda de todos. Se puede tener reparada en pocos días —insistió el chaval.
—Pero, ¿cómo vas a saber tú arreglarla? —dijo el alcalde.

—Oigamos lo que tiene que decir —dijo el abuelo de Abman—. Mi nieto es inteligente y si dice que tiene una idea, seguro que la tiene. A pesar de tener solo ocho años, arregla el molino de tierra y el torno, cuando se estropean.

No estaban muy convencidos, pero, en vista de que a nadie se le ocurría nada, decidieron oír lo que el chaval tenía que decir.
—Los cangilones de madera siempre hay que estar reparándolos, se pudren, se cuartean. Os propongo sustituirlos por tinajas de barro.

Al principio todos se quedaron en silencio, pero conforme fue calando la idea que proponía Abman, una luz pareció iluminar el hasta ese momento negro horizonte de la aldea.

Sobre la arena del suelo, Abman les explicó cómo serían las tinajas, su tamaño y cómo habría que agarrarlas a la noria. Necesitaban fabricar cuarenta piezas y alguna más para tener de repuesto.

Para ello, tendrían que ir al fondo del valle, a la meseta que hace frontera con las arenas del desierto y sacar la tierra que necesitaban. Su abuelo tenía, pero no era suficiente.

Alguien también tendría que subir a las cumbres que dominan el valle y traer madera seca para cocer las piezas.

Debían moler y tamizar la tierra para luego hacer barro.

Su abuelo y él elaborarían las piezas. Si todos se esforzaban, en una semana podrían tener cocidas las primeras unidades y en dos, la noria estaría funcionando de nuevo.

Al final, a todos les pareció muy buena idea y, desde ese momento, se pusieron de acuerdo en seguir las indicaciones de Abman.

Dos semanas después, el borriquillo volvía a mover la noria y las primeras aguas recorrían la acequia que llenaba el aljibe. Esa noche, después de dos semanas, por los canales que regaban las palmeras, volvía a discurrir el agua.

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